Maestros de la CNTE ahogan al comercio en el corazón de la CDMX

Ciudad de México. El plantón de la CNTE en el Centro Histórico dejó de ser una manifestación para convertirse en una rutina de abuso. A cada lona que se despliega, a cada carpa que se monta, se le suman locales vacíos, cortinas abajo y comercios al borde de la quiebra. La protesta magisterial —que alguna vez fue símbolo de resistencia— hoy es, para los comerciantes, sinónimo de ruina económica.

Los vendedores de Madero, Palma y las calles del centro histórico lo dicen sin rodeos: los líderes de la CNTE ya no luchan por la educación, sino por intereses particulares, y lo hacen a costa de quienes trabajan honestamente. “Desde hace décadas nos han condenado a la miseria”, se escucha en el audio que comerciantes empezaron a reproducir en bocinas instaladas en plena vía pública.

Y no es exageración. En cada bloqueo, cientos de negocios pierden sus ingresos diarios. Las ventas se desploman, los clientes evitan pasar por la zona, y el gobierno parece mirar hacia otro lado. “Hay gente que vive al día”, claman los afectados, “y que no tiene culpa de las demandas de los maestros, pero que acaba pagando con hambre y deudas”.

Las calles del Centro Histórico, usualmente vibrantes, hoy parecen un escenario postapocalíptico: mantas colgadas en edificios patrimoniales, basura amontonada en esquinas, gritos de consignas que ya nadie escucha, y un ambiente tenso, donde el miedo a hablar es tan fuerte como el miedo a cerrar definitivamente.

Lo peor, dicen los comerciantes, no es el bloqueo, sino la impunidad. Los líderes de la CNTE actúan como si fueran dueños del espacio público. No piden permiso: imponen su presencia. No negocian: amenazan. No se solidarizan con el pueblo: lo usan como rehén. Mientras ellos presumen su fuerza política, los pequeños negocios ven cómo se esfuman semanas de trabajo por una carpa más en la calle.

El reclamo es legítimo y desesperado: “Sus líderes deben sentirse orgullosos de haber propiciado la quiebra de numerosos locales”, se escucha en el mensaje. Y no es para menos. Las calles que alguna vez fueron un motor económico para el turismo y el comercio, hoy lucen desiertas, destruidas, tomadas por una minoría que se dice pueblo, pero que no escucha al pueblo.

Nadie niega que el magisterio tenga demandas, pero cuando esas demandas se defienden con métodos que lastiman a otros trabajadores, lo que queda no es justicia, es abuso. Y cuando el Estado no interviene para equilibrar los derechos de todos, lo que impera es la anarquía organizada.

La CNTE se dice víctima del sistema. Pero hoy, para muchos, ya no es víctima, sino verdugo. Y la lección que están dejando en la capital del país no tiene nada de educativa: es una clase magistral sobre cómo destruir una comunidad para preservar privilegios.

 

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